Por Francisco Peralta Hernández
Hace unos cuantos días conmemoramos el 40 aniversario del EZLN y el 113 aniversario del inicio de la revolución maderista. Ayer, nos tocó conmemorar el 112 aniversario de la promulgación del Plan de Ayala y es más urgente que nunca tener en cuenta los ideales revolucionarios zapatistas por el bien de nuestra ciudad, del país y del mundo.
Este pequeño escrito no tiene como intención contar de manera anecdótica por qué es importante recordar estas fechas; mucho menos busca generar un orgullo regionalista o nacionalista sobre la “Revolución”. Es, quizá, un intento de hacer ver la importancia de la memoria, de recalcar la necesidad de arrebatar estas conmemoraciones a los insulsos gobiernos. Y, con suerte, de despertar la idea de exigencia, la idea de que Cuautla, México y el mundo aún pueden ser tierras prístinas, de paz y comunidad si estamos dispuestos a luchar por ello.
Decía José Saramago: “Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”. Esta frase ha hecho resonar en mí la importancia de recordar con responsabilidad, de hacernos cargo de aquellas deudas históricas que guardamos con el pasado en pro de mejorar el presente.
Ya no es sorpresa para nadie la crisis de seguridad en la que vivimos pero, yo me pregunto ¿qué hace falta? ¿qué tiene que suceder para que como ciudadanos nos organicemos para exigir eficiencia? ¿cuándo comenzaremos a nombrar a aquellos que han sido víctimas, aquellos que ahora solo pueden ser nombrados como “daños colaterales”? Esa es nuestra responsabilidad, esa es nuestra forma de hacerle justicia a la Revolución. Zapata fue vencido pero su victoria más grande fue, sin duda, en el terreno de la memoria.
Es cierto, no podemos competir contra la Hidra, quizá no podemos vencer al Estado y todavía no estamos cerca de afrontar al crimen organizado. Pero sí hay un lugar donde podemos no solo ganar, sino perpetuar nuestra lucha, es en el terreno de la memoria. Si la historia tiene alguna responsabilidad es, definitivamente, la de cambiar el mundo. Si sucumbimos al régimen del terror perderemos la memoria, caeremos en el olvido y moriremos en la indiferencia.
Qué Zapata viva y que la lucha siga, pero no a través de lúgubres conmemoraciones, banderas izadas o insulsos discursos presidenciales; que viva en una memoria responsable que sea capaz de nombrar a todos aquellos que nos han sido arrebatados. También para exigir un mundo donde la paz sea una realidad y no un sueño. Es cierto, los contrincantes son duros, pero al menos quedará constancia en nuestro epitafio de haber intentado soñar con un mundo mejor.
Hagámosle justicia a la triste Revolución, demostrémosle al mundo que los habitantes de estas tierras “no padecemos el desquiciante pesimismo, [pues] confiamos en el porvenir y lucharemos sin tregua por la prosperidad general de este nuestro querido girón de Tierra Caliente”.
*Estas últimas palabras corresponden al “Ensayo de Historia Local” escrito por Fulgencio Pineda González en el cuarto número de la Revista Coyuca publicado el 23 de mayo de 1948.