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Caminando entre cañas e insurgentes

Por Francisco Peralta Hernández

En el marco de la conmemoración del rompimiento del Sitio de Cuautla de 1812 es común que afloren diversos discursos y rememoraciones sobre el suceso en un sinfín de espacios en los que se reconstruye la epopeya de Morelos en la que se consolidó como un estratega sin igual. Este artículo no pretende negar el reconocimiento de aquellas mujeres y hombres que dieron su vida en nombre de sus ideales; tampoco pretende realizar la enésima reconstrucción de los hechos. Lo que sí pretende es plantear una reflexión sobre nuestro paso por Cuautla, por esta ciudad museo que no hasta el rincón más pequeño guarda una y mil historias.

Recientemente, me topé en redes con una publicación que se viralizó entre mis amigos y conocidos. Dicha publicación constaba de una serie de fotos hechas el año pasado en el centro de Cuautla durante el amanecer. Estas fotografías despertaron diversas emociones entre propios y extraños, sin embargo, las que más resaltaban eran aquellas que se jactaban de haber abandonado “el pueblo” pues ahora se encontraban en lugares que ellos consideraban mejores. Este tipo de comentarios no suelen ser raros, es común que dentro y fuera de nuestra ciudad nos topemos con aseveraciones del estilo que denigran y olvidan la grandeza histórica y estética con la que cuenta Cuautla. Vale la pena preguntarse ¿a qué responden estos comentarios? ¿malas experiencias? ¿una necesidad de abandonar lo que ha sido común tanto tiempo? Sería imposible responder en este apartado, sin embargo, sugeriría pensar en nuestra propia experiencia de la ciudad. Reflexionar sobre cómo aquellos espacios que son tan comunes no solo han sido escenario para famosas batallas y personajes, sino que también se cruzan día con día con nuestras propias historias, las de nuestra familia y las de aquellos a los que amamos. Todos conocemos una anécdota de nuestros padres en el centro; compartimos un amor en la estación del tren o jugamos frente a una enorme estatua de Zapata.

Hemos caminado toda la vida entre la historia de nuestra ciudad y forjando la nuestra en paralelo. Es cierto, las olas de terrible inseguridad han azotado y dotado de cierta mala fama a Cuautla y a todo el Estado. Aún con todo, siempre he creído en la fuerza de la gente, aquellos que hacen grande a la ciudad y al estado. Somos nosotros, los cuautlenses de hoy y los de antaño los que salimos cada día a seguir haciendo grande a nuestra ciudad. Por ello, considero importante realizar una reflexión profunda sobre nuestra identidad y sobre la tierra que nos vio nacer, sobre aquellos lugares que han estado ahí desde hace siglos y nos han acompañado de la mano durante toda la vida, sobre las mujeres y hombres que han hecho de nuestra ciudad lo que es el día de hoy, capital heroica e histórica, un título que recae en todas y todos los cuautlenses.

Por supuesto, el sinfín de historias que guarda Cuautla son objeto del orgullo de sus habitantes y, para aquellos que nos apasionamos por la historia, un paseo en el centro por milésima vez nos deja maravillados por todo aquello que nos precede. Como estudiante foráneo he aprendido a redescubrir la ciudad cada vez que vuelvo porque estos lugares, aunque comunes y cansados para ciertas personas, son el testimonio de la historia, aquella que nos ha traído hasta el día de hoy y, de igual forma, son los testimonios de nuestra propia historia, aquella que no compartimos pero que tanto guardamos en el alma. Les invito a redescubrir el centro histórico ahora que estamos de fiesta, déjense sorprender por todo aquello que Cuautla nos ofrece a nosotros, sus hijos, aquellos que desde que nacieron han ido caminando entre cañas e insurgentes.