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El derecho de vivir en paz

•El control de la población se manifiesta a través del terror, la incertidumbre y la conquista, cada vez más común, de la memoria.

Por Francisco Peralta Hernández
Ya hace más de 50 años que Víctor Jara cantaba “El Derecho de Vivir en Paz” en forma de protesta por los crímenes cometidos por el imperialismo estadounidense en Vietnam; hoy, recupero el título de tan entrañable canción para hablar sobre nuestra ciudad y la terrible crisis de inseguridad que atraviesa.

El pan de cada día en Cuautla -y en todo el estado de Morelos- se resume en innumerables titulares sobre asesinatos, desapariciones, balaceras, impunidad y corcholatas compitiendo por vivir del erario durante 6 años más.

Es la sangre de todas las víctimas la que entinta los colores de MORENA; la que se paga con la indiferencia de los aspirantes sonrientes que hablan y proponen con tal de recibir el hueso del partido en el estado. Sus espectaculares y la infinidad de contaminación visual con la que somos bombardeados son promesas vacías que reflejan la ineptitud de los que vienen y de los que están.

Lo más terrible del asunto es, sin duda, la conquista de la que hemos sido víctimas. Hace unos días salimos a marchar por la paz; nuestra caminata no fue más que una reunión de un pequeño grupo de personas con cartulinas.

La situación es clara. Más que la falta de difusión del evento, se lo achaco al terror y a la pérdida de memoria.

En conversaciones de sobremesa parece muy común preguntar: ¿a quién le importa? Una pregunta prudente pues es claro que no a los mandatarios, no a la población. Solo le importa a los que han sido víctimas, a los que han perdido, los que han sido incendiados o los que por una mala jugada del destino han terminado como daños colaterales. Lo más triste de nuestra situación en materia de seguridad es la pérdida de memoria, la indiferencia y la posterior sumisión al terror.

Es claro que el gobierno en turno no hará nada, tampoco quien venga detrás; parece que como población estamos abandonados a nuestra suerte. Quizá lo único que nos queda es entablar un combate por la memoria.

¿Qué hubiera sido de los crímenes cometidos en Tlatelolco o en Ayotzinapa si nos hubiéramos resignado a olvidar? ¿Qué sería de Samir Flores? ¿Qué sería de todas las mujeres desaparecidas y asesinadas? ¿Qué sería de nuestras vidas si no fuéramos capaces de vencer, por lo menos, en la interminable pero necesaria lucha contra el olvido?
Este pequeño texto no plantea ninguna solución a la crisis de inseguridad.

Más bien, se trata de una reflexión y un llamado a todo aquel que guste leer de entablar acción inmediata en las filas de la memoria. A este punto nos han robado la paz; nos han robado hermanas y hermanos, nos han robado todo lo que hacía de esta ciudad un lugar prístino; no permitamos pues, que se nos arrebate lo único que nos queda: la esperanza y, sobre todo, la memoria.

Esforcémonos por no olvidar los nombres, los rostros y el legado de todos los que nos han sido arrebatados. El recuerdo, más que una mera actividad de nostalgia constituye un acto político, una respuesta frente a la indiferencia. No se trata de recordar solo porque si, se trata de tener memoria; de actuar y de vivir conscientes de que, como decía muy claramente el historiador Walter Benjamin, si el enemigo llegara a vencer, ni los muertos estarán a salvo.

Antes que salir a marchar; luchar y gritar por la paz y por aquellos que nos han sido arrebatados, valdría la pena, por lo menos, que los guardásemos en nuestra memoria. Este será el primer paso para que, quizá más adelante, podamos hacer válido nuestro derecho de vivir en paz.