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El compañero en el horizonte

Por Francisco Peralta Hernández

Sentado en la lejanía, endulza el bello horizonte suriano el compañero majestuoso que se adorna con bufandas de ceniza y pedacitos de cielo.

Hace poco entramos -aún más- en contacto con don Goyo pues nos tuvo varias semanas alerta con sus brincos entre el amarillo y el rojo. Todo el país se conmocionaba con lo imponente de sus exhalaciones y reía con los avispados que bien pronto decidieron vender ceniza como escarchado de michelada.

No todo fue rizas y preocupaciones, también fue una excelente excusa para que diversos investigadores y divulgadores platicaran sobre don Goyo, los volcanes, Mesoamérica y hasta de los retos que tenemos como divulgadores de la historia. Coyunturas como esa son momentos oportunos que generan discusión y colocan el foco de atención en todo lo que se produzca al respecto, ya sean memes; tiktoks; hilos de Twitter o publicaciones en Facebook.

Como habitante de este bello valle de las amilpas me pareció maravilloso encontrarme con una gran cantidad de contenido enfocado al par de volcanes que nos acompañan desde tiempos remotos. Fue aún más enriquecedor charlar con mis amigos foráneos y compartir las diversas perspectivas que teníamos sobre los volcanes pues, aunque para mi han sido compañeros de vida para otros son solo parte de las magistrales obras de José María Velazco o una simple nota periodística. Quizá por esta razón la coyuntura era más aterradora para aquellos que estaban más lejanos al volcán que para los que día con día lo miramos en el horizonte.

Es precisamente sobre esto último que me gustaría que reflexionáramos en esta ocasión. Como mencioné anteriormente, tanto el Popo como el Izta han sido compañeros de vida, objetos de mil historias y testigos del implacable tiempo. Sin afán de caer en un cierto romanticismo o en exageraciones me gustaría que pensáramos en el papel que los volcanes han tenido en la región centro-sur y en nuestra propia vida. No sólo son bellos adornos del horizonte suriano, sino que también han sido el objeto de nuestro deleite, de mil fotografías, de anécdotas bajo la ceniza y de un millón de miradas nostálgicas hacia la nada. Recuerdo que cuando tuve que mudarme a la Ciudad de México añoraba el bello horizonte cubierto de montañas y volcanes pues ahora solo se observaban templos de acero y cristal.

Estas y mil historias más son las que rodean a los volcanes. De un tiempo a esta parte hemos construido una relación y hasta una identidad en torno a la pareja que adorna nuestros horizontes. Vale la pena aprovechar estas coyunturas para echar un ojo a las discusiones y la información que se produce, además, claro, de visitar el archivo de la memoria para rescatar alguno que otro recuerdo. Por el momento don Goyo se relajó y volvimos al clásico amarillo, manténganse alerta y, mientras no haya peligro, disfrutemos de la imponente vista que nos regala el guerrero siempre alerta.