Por Francisco Peralta Hernández
Hace una semana conmemoramos el 142 aniversario de la llegada del ferrocarril a nuestra querida tierra y con ello el comienzo de una larga lista de historias, vivencias y recuerdos que se esconden entre los vagones y el andén.
Recuerdo que hace varios años el andén del tren escénico se llenaba de magia cada cierto tiempo. Aunque era un niño, lograba comprender lo grandioso del acontecimiento; el mítico tren estaba ahí, listo para recibir a todos los intrépidos pasajeros que se disponían a viajar en los antiguos vagones color olivo.
Acompañado de mis padres viajaba en el tiempo al subirme al tren, imaginaba que era uno más de esos antiguos hombres que se trepaban al vagón para hacer todo tipo de diligencias y, por qué no, uno más de esos canijos que, sin miedo, se apropiaban del emblema de la modernidad porfiriana para hacer la revolución.
Una vez que las llamadas finalizaban, la 279 comenzaba su marcha. Dejábamos atrás el bello andén pues el horizonte aguardaba nuestro andar. Sin previo aviso, la locomotora se frena y, entre gritos y confusión, un hombre misterioso sube al tren. Aquel personaje imponente era nada más y nada menos que Emiliano Zapata quien estaba aquí para convocarnos a luchar por la tierra contra aquellos que antaño habían usurpado lo que por derecho era de los campesinos morelenses.
Después de un discurso impactante, Zapata bajaba del vagón y el tren continuaba su marcha unos pocos metros más. Aunque el ambiente recuperaba cierta paz, el fuego de la revolución ya había sido encendido en nuestros corazones.
Esta pequeña anécdota es una de las más valiosas para mi persona, al menos en relación al papel que ha tenido el tren escénico en mi vida. Así como yo, miles de cuautlenses deben guardar para si una interminable cantidad de historias en el tren y sus alrededores. Como lugar emblemático del centro no solo es una parada obligada para propios y extraños sino que también representa un pasaje cotidiano para aquellos que día con día recorren los pasillos del andén o deciden recostarse a compartir la vida en las áreas verdes cercanas a los vagones de carga.
He ahí una de las maravillas de la historia. Aunque hace ya 142 años de aquel lejano 18 de junio de 1881 la estación y el tren siguen siendo compañeros de vida, cómplices de aventuras amorosas y espacios de remembranza para uno que otro nostálgico perdido.
Creo que una de las grandes virtudes de nuestra ciudad es que todo rincón en Cuautla ha sido, es y será escenario de Clío. No hay un solo habitante de la heroica que no comparta y construya parte de esta gran historia pues todos hemos caminado la alameda; hemos comprado un periódico con doña Tere; nos hemos citado en el tren y, quizá sin saberlo, hemos vivido como hijos del reparto agrario.
Ojalá que este pequeño texto avive en el lector una necesidad de recordar y compartir sus experiencias en el tren. Aunque actualmente ya parece impensable que la locomotora salga del taller creo que no es necesario vivir una experiencia como la del inicio para conectar y construir un recuerdo sobre la 279 pues la complejidad de este mundo y de la vida en sí nos permite experimentar la realidad de maneras completamente distintas. En ese sentido, les invito a seguir siendo parte de este largo devenir y a recordar sus anécdotas y aventuras en el tren que ha sido cómplice y testigo de la revolución, el amor y la nostalgia.
Si aún no han vivido la experiencia de recorrer los vagones y de presenciar de cerca la majestuosa locomotora 279 pueden hacerlo en el Museo Vivencial Ferrocarril 279 de martes a domingo en un horario de 10 a 18 horas.